Rosa Omeñaca Prado (Abi 91)

Rosa Omeñaca Prado: «Aquí no tienen compasión con el acento»
Se mudó a la ciudad de Mannheim para cursar un máster y ya lleva veinte años allí como periodista.

Reportera y locutora en Alemania. Al descolgar el teléfono se encuentra en un restaurante italiano junto a un turco, un portugués y un alemán. Suena al comienzo de un chiste, pero es el día a día de Rosa Omeñaca Prado en Alemania. Un país multirracial en el que es fácil enriquecerse con la mezcla de culturas. Esta bilbaína lo sabe bien porque hace veinte años que se mudó allí para licenciarse en Traducción e Interpretación. Luego llegaron un máster, varios trabajos, una relación con un turco-alemán y muchos más vínculos que le atan a la ciudad de Mannheim, donde hace su vida.

Todo indicaba que Omeñaca Prado acabaría en Alemania. Estudió en el Colegio Alemán en Bilbao y varios veranos los pasó en casas de acogida. No era de extrañar que, recién cumplida la mayoría de edad, tomase la decisión de hacer la maleta y trasladarse a este país para cursar la carrera. Esa era su intención. Obtener el título y regresar. «Me sentía identificada con la mentalidad de los alemanes. Recuerdo que la gente me decía que cómo me iba tan lejos», rememora.

Entró en una rueda sin fin y después de hacer un máster en periodismo comenzó sus prácticas en la radio pública. Un mundo que ha marcado su trayectoria profesional. A pesar de hablar a la perfección alemán, su acento no era lo suficientemente bueno para ellos, así que su primer contrato lo consiguió como reportera bursátil de Intereconomía. Después de un tiempo, dejó atrás el periodismo en castellano para encargarse de la Bolsa alemana. Y de ahí ascender a corresponsal de Bolsa para una agencia de noticias.

Pero no se borraba de su mente la experiencia en la radio. Así que, ni corta ni perezosa, tocó a la puerta de la radio pública. Literalmente. «Para trabajar aquí no tienen compasión con el acento, así que tuve que demostrar en una prueba que no se notaba que era extranjera». Y lo consiguió. Doce años lleva tras los micrófonos. Paralelamente, no ha parado. «Soy muy abierta y todo lo que llega lo cojo. Y así me ha ido bien porque no he mandado un currículo en mi vida. Nunca me ha faltado el trabajo», reconoce. Ha trabajado incluso en la televisión, en un concurso para hispanoparlantes donde cogió tablas.

Al margen de hacer algunos pinitos televisivos, siempre ha estado vinculada a la radio. Y sigue ejerciendo como locutora, reportera y redactora. Principalmente se encarga de noticias de actualidad y su especialidad son temas de extranjería y raciales. De hecho, modera muchos coloquios. «En Alemania hay mucho trabajo y mucho que hacer. Además, los horarios son cómodos. No se sabe lo que son trabajar 12 horas seguidas, y si lo haces te las remuneran y te lo reconocen». Otro rasgo a destacar en el plano laboral es la libertad con la que trabajan. «Existe cierta flexibilidad. Si necesitas un día libre, te lo dan sin problemas. Te comprenden. No vas al trabajo pensando qué miedo si cometo un fallo».

Para unas cosas son flexibles, menos para la puntualidad. No perdonan que alguien llegue a deshora. Tienen sus rasgos culturales, pero se interesan mucho por los estilos de vida de otros países. Y Omeñaca Prado es la mejor embajadora del País Vasco. «Organizo muchas fiestas en mi casa y les preparo todo tipo de pintxos. Además, organizo viajes a Bilbao para grupos amplios. Me gusta mantener mis raíces». Y es que toda su familia está en Bilbao. Por esa razón, «no me gusta que me digan que soy en parte alemana, a pesar de llevar aquí más tiempo que el que estuve en España», confiesa. Todo ha pasado tan rápido que no se ha dado ni cuenta, sólo cuando echa la vista atrás y mira el calendario. «Llevo 20 años».

Tanto tiempo fuera de casa hace que añore mucho sus orígenes. De ahí que seis veces al año viaje a España, y tres de ellas a Bilbao. «Nada más aterrizar respiro y tengo la sensación de estar en casa. Y cuando regreso a mi tierra me doy cuenta de que pertenezco también a Alemania. Eso no es malo, sino enriquecedor». Entre Euskadi y el país germano hay varias diferencias que Omeñaca nota nada más poner un pie aquí. «Aquí todo es más silencioso, aunque haya gente en la calle. Mientras que en Bilbao siempre hay ruido de fondo, más jaleo».

«Echo de menos los pintxos»


Algo que echa de menos en Mannheim es salir de tapeo. «Nada más aterrizar en Alemania, dejo la maleta y me voy a la calle de pintxos. Pero, ¿a dónde voy? Si aquí no se estila eso, es más de acudir a restaurantes y sentarte en una mesa». En lo que a las personas se refiere no encuentra muchas diferencias. Lo que sí percibe es que entre alemanes no existe tanta comunicación con personas desconocidas en la calle. «En Bilbao me encanta pararme en frente del escaparate de las pescaderías y comentar con la gente», sonríe.

Al hacer la comparación, la balanza se queda equilibrada porque Alemania tiene muchas cosas positivas. Una de ellas, y muy importante, es que han salido poco perjudicados de la crisis. «En todas partes se ha notado, pero aquí no ha habido tantos problemas porque se hacen recortes generales y la población los acepta. No se suben los sueldos, se trabaja una hora más… y todo esto se hace porque saben que es necesario». De hecho, las empresas alemanas siguen buscando a ingenieros e informáticos españoles.

Ella no se queja. Todo lo contrario. Se siente afortunada de llevar tantos años trabajando como periodista y de haberse labrado un nombre en la profesión. «Tengo más trabajo del que puedo hacer, pero eso es algo que he peleado, y ahora cuento con muchos contactos entre políticos y empresarios». Como anécdota, Omeñaca Prado fue una de las cincuenta personas que asistieron a una comida privada durante una visita del rey de España a Stuttgart. «¿Volver? No me lo planteo. Aquí sólo me falta mi familia. Si tuviera una gran oportunidad en España, seguramente regresaría porque no me cierro puertas. Pero sería una aventura después de veinte años en el extranjero».